Friday, January 16, 2009

NUEVO RELATO, AMIGOS Y AMIGAS

Sí, de nuevo no sé qué hacer con él, así que lo posteo aquí, después de que no se llevase nada en el último concurso de relatos fantásticos de Sestao (no sabía yo que Sestao fuese gran productor de literatura fantástica, qué cosas). En fin, espero que los ganadores sean mejores que yo, sería reconfortante. Juzguen ustedes mismos:


PLASTICIDAD

El tiempo es plástico. Dependiendo de quién le prestase atención, cambia. Se estira o se acortaba a capricho, como un ser vivo.

Eso es lo que pensaba Moses Jones mientras observaba el reloj en la pared de su celda. Las agujas avanzaban lentamente hacia las doce. Diez minutos más, y habrían llegado. Sonarían las campanas y entraría el cura, acompañado de los dos guardias con escopetas, a decirle que su tiempo en la Tierra había terminado. Y, sin embargo, Moses Jones no tenía la impresión de que los minutos estuviesen corriendo más deprisa, escurriéndosele de entre los dedos como arena. Antes al contrario, le daba la impresión de que el bueno del Padre Tiempo le estaba haciendo un último favor, alargando los segundos de forma que pudiera saborearlos. Su cabeza rapada estaba llena de preguntas, miedos y ansiedad. Pero no permitió que ninguno de ellos aflorase. Había llegado demasiado lejos para permitirse dudar ahora, menos aún ponerse a llorar como una nena. Lo hecho, hecho estaba. Ahora, como solía decir su santa madre, Dios la tuviese en su gloria, tenía que cargar con su cruz.
Suspiró. Echó la cabeza hacia atrás y se pasó las manos oscuras por la calva, enjuagándose el sudor. Lo provocaba una mañana de agosto Tejano. También la cita que tenía en menos de veinte minutos con su vieja amiga, la señora Inyección Letal.
Pero lo que hacía era justo.
Todo lo que había hecho hasta entonces, había sido justo. Y si al final del viaje se encontraba con alguien o algo que intentase juzgarle, siempre contaba con aquella baza.

Mientras Moses Jones meditaba en su celda del corredor de la muerte, una limusina negra frenaba frente al portón de la prisión estatal de Red River.
-¿Subo el aire acondicionado, senador? -preguntó el chófer.
-Me da igual lo que hagas con el aire acondiconado -replicó el orondo individuo que iba flanqueado por dos corpulentos matones, en el asiento de atrás, con un vaso de Johnnie Walker en la mano izquierda y la empuñadura nacarada de un revólver Colt Anaconda del 44 en la izquierda-. Lo que quiero es ver morir a ese negro y largarme pronto a casa.
-Y usted que lo diga, senador.
El senador Ulysses P. McGraw había llevado ese revólver encima desde que tenía catorce años, y no pensaba separarse de él ahora. Nunca había estado tan cerca de Jones, salvo quizá en los sueños en los que tan a menudo se había visto, apretando sus rollizas manos alrededor del cuello de ese terrorista negrata de mierda. Y el hecho de saber que le iban a administrar una dosis intravenosa de muerte líquida en menos de media hora no parecía ser capaz de tranquilizarle en absoluto.
No, McGraw sólo estaría tranquilo una vez que el forense levantara la mortaja y revelara bajo ella la cara de Jones. Aquél cabrón era una pesadilla, un auténtico producto del sistema. Un misil forjado en las armerías de la sociedad, descontrolado y con los cimientos de la civilización como objetivo. O eso habría pensado Ulysses P. McGraw si hubiera tenido habilidad para las metáforas. Cosa que no tenía.
Se enjuagó el sudor de la frente con un pañuelo de seda y volvió a calarse bien su preciado sombrero Stetson blanco. La limusina atravesó el portón de la prisión y enfiló hacia el aparcamiento.

-Perezcan los malvados en presencia del Señor -recitaba ahora el cura. Moses no escuchaba lo que decía. Había dejado de creer en el Dios de la Iglesia hacía ya casi dos décadas, más o menos en el momento en el que decidió declararle la guerra a un mundo corrupto y decadente. Si Dios realmente existía, se decía a menudo, o prefería dejarnos actuar libremente y no interferir, o simplemente le importábamos una mierda. Nada que ver con el patriarca vengativo del Antiguo Testamento, o el barbudo bonancible de las últimas relecturas. Moses imaginaba a Dios, símplemente, como un ser increíblemente antiguo, increíblemente poderoso, increíblemente indiferente. De la misma forma que nunca le había impedido colocar explosivos plásticos en refinerías petrolíferas o sedes bancarias, tampoco había impedido que su familia muriese arrastrada por el Katrina como si no hubiesen sido más que briznas de hierba. Tampoco impedía que hombres como aquellos a los que él perseguía y atormentaba se hicieran ricos y prosperasen a base de explotar la miseria, el dolor y la muerte de otros.
No, a Dios no le importábamos. O sencillamente, había decidido repantingarse en el sofá y ver qué tal se las apañaba la humanidad por su cuenta. De cualquier manera, Moses Jones había decidido que no podíamos contar con él. Si el mundo debía ser rehecho, había decidido, debería ser rehecho por manos humanas, no divinas.
Extrañamente, Moses Jones jamás barajó seriamente la posibilidad de que Dios no existiera.
-Te toca, cadáver -le informó el guardia de la escopeta, haciéndose a un lado y dejándole paso hacia la cámara de la inyección letal.

-¿Estás pasándotelo tan bien como yo, McGraw? - Tyler Blackgate, accionista número uno de Industrias Megaware, era todo dientes blancos y regulares. Sus gafas de concha, que se suponía que debían disimular sus feroces ojillos azules, no hacían sino resaltarlos de manera inquietante.
McGraw sabía de buena tinta que tenía cuentas que ajustar con Jones, como prácticamente todos los que estaban presentes en aquella sala.
-Me lo estoy pasando de muerte, Tyler -mintió McGraw, estrechándole la mano al depredador de traje gris y gafas de concha. Esperaba en vano que Blackgate no se diera cuenta del miedo que sentía estando cerca de Jones.
A pesar de estar separado de él por un panel de plexiglás aprueba de prácticamente todo, y de estar rodeado de guardaespaldas y funcionarios, Jones le aterraba. Se había convertido en lo más parecido al hombre del saco para él.
-Se te nota -repuso Blackgate, y se limpió discretamente el sudor de la mano de McGraw en la pernera de su pantalón.
McGraw hizo como que no se dio cuenta y sonrió.
-No sabía que conocías al próximo presidente de los Estados Unidos, Blackgate -comentó un anciano con bastante mala pinta, que observaba cómo ataban con correas a Jones a través del cristal. Un guardaespaldas con aspecto de noruego y cara aburrida empujaba su silla de ruedas.
-¿Ése es...? -quiso saber McGraw, pero la impresión se llevó sus últimas palabras.
-Ah, sí -Blackgate se giró en su asiento hacia el anciano, que ahora se llevaba una mascarilla de oxígeno a la boca desdentada para respirar-. Ulysses McGraw, te presento a Aaron Marsac.
-Señor Marsac, es un honor... -empezó McGraw, haciendo ademán de levantarse.
-Ahórratelo, estás aquí para ver morir a este cacho mierda -gruñó el viejo, que era el productor más rico de la industria cinematográfica-, así que presta atención, o te vas a perder la mejor parte.
McGraw volvió a sentarse con un mudo asentimiento. De todos los hombres y mujeres presentes en aquella sala, Marsac tal vez fuera el más influyente. Él era el cine. Todo el mundo quería ser lo que aparecía en el cine. El cine era lo que la gente pensaba y sentía. Punto final.
No le apetecía enemistarse con alguien que era capaz de poner a la opinión pública de medio planeta en su contra con algo que sólo necesitaría dos semanas de rodaje.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Marsac habló.
-No te imaginas la de millones que me ha hecho perder -su voz parecía más el sonido de una cremallera al cerrarse-. Los negros graciosos venden. Negros que hacen chistes para acompañar a su amigo blanco. Negros que se matan entre ellos en los guetos por un partido de baloncesto y sólo quieren una pistola grande y un coche caro. No los negros que quieren destruir el mundo moderno y encima se hacen famosos por internet.
Subrayó esta última afirmación dando una palmada flácida y de sonido inquietantemente acuoso en el reposabrazos de su silla. El guardaespaldas se inclinó hacia él y le susurró algo al oído que pareció tranquilizarle.
-Todos los que estamos aquí queremos ver muerto a Jones, senador -explicó Blackgate, arrebujándose en su asiento y cruzando las manos sobre el vientre-. No sabes el daño que puede hacer un sólo hombre en el sitio y la hora correcta.
Sin embargo, McGraw tenía una idea aproximada.

Le introdujeron el goteo, y sintió cómo le iba invadiendo el entumecimiento. Dentro de unos segundos, pincharían el tubo que se introducía en su antebrazo con la jeringuilla y todo habría terminado. Pero no se inquietó. Sabía que así era como debía ser. Tendido en la camilla de la cámara, con los brazos extendidos en cruz y el veneno entrando lentamente en su sistema, volvió a experimentar la plasticidad del tiempo una vez más. En un episodio alucinatorio increíblemente vívido, se vio de nuevo en la caseta perdida en medio del páramo de Tunguska. Allí le habían dicho que podría encontrar al personaje al que sencillamente se conocía como el Ingeniero, y allí le había encontrado. El recuerdo era vívido porque aquella vez también se había encontrado tumbado en una camilla, con el misterioso y melenudo individuo sobre él.
-Los hombres a los que quieres destruir están muy por encima de ti y de mí, colega -le había explicado el Ingeniero, dejando la colilla de su porro en el cenicero y poniéndose los guantes de látex blanco-. Eso lo tienes claro, ¿no?
Jones había dicho que sí. También que comprendía que aquella era la única manera de cumplir con la misión que se había encomendado hacía tanto tiempo.
-Pues vamos allá -había dicho el Ingeniero, poniéndose las gafas bifocales y acercándose a él.
Y en aquel momento, mientras Jones soñaba con su visita al hombre misterioso al que muchos consideraban un genio, otros un mago y otros un santo, el verdugo inyectó la jeringuilla letal en el goteo.

El pitido constante del electrocardiograma de Jones fue el mejor sonido que el senador Ulysses McGraw había oído jamás. La señal inequívoca de que aquel corazón feroz y sanguinario se había parado de una vez por todas le sonó mejor que el Requiem de Mozart, la Novena de Beethoven y los Grandes Éxitos de Merle Haggard todos juntos. Mientras cobraba conciencia de que Jones había dejado este mundo, sentía como un enorme peso se elevaba de su pecho. Respiró como si lo hiciera por primera vez en años, honda y satisfactoriamente. Blackgate advirtió este hecho y le palmeó el hombro con una sonrisa bonachona. Lo hizo una vez, dos veces, y a la tercera, el cuerpo de Moses Jones explotó frente a ellos.

Jones fue consciente de la plasticidad del tiempo una última y asombrosa vez. Si el tiempo era flexible para los vivos, observó, aún lo era más para los muertos. Y aunque no supo inmediatamente que ése era su estado, sí lo hizo en cuanto se vio a sí mismo, tendido en la camilla con las manos y pies atados con correas y el goteo venenoso en el brazo. Durante un segundo, creyó que se trataba de una alucinación más, como el vívido flashback del desierto y su visita al Ingeniero. Pero luego pudo ver, a una cámara lenta terriblemente detallada, cómo el artefacto termonuclear táctico que aquel misterioso elemento con pinta de hippy y habilidad de dios de la ciencia le había instalado hacía explosión. Lo había hecho en cuanto su corazón dejó de latir, tal y como habían acordado. El aparato, no mayor que la uña del pulgar, e indetectable entre las muchas balas que Jones tenía alojadas en el cuerpo, tenía un sistema de seguridad conectado al ritmo cardíaco. Una vez detenido, el seguro había saltado. Y ahora, Moses Jones, incorpóreo, invisible y con la conciencia alterada de un espectro, era capaz de ver los efectos que su plan maestro estaba teniendo en el mundo de los vivos.
Y la experiencia era demasiado real, demasiado detallada para ser un simple viaje alucinatorio pre-mortem.
Siempre a cámara lenta, vio cómo su caja torácica se hinchaba como una burbuja. Este proceso sólo habría tardado unos dos segundos a tiempo real, pero para Jones fueron casi treinta. Su piel oscura se rasgaba para dejar paso a la luz del fuego nuclear, y la mirada de horror del guardia de la escopeta que le custodiaba le pareció ser merecedora de un premio de varios millones de pavos. Claro que sí.
La burbuja de su pecho estalló, y la destrucción fluyó en cegadoras oleadas blancoamarillentas por toda la cámara. Pudo ver cómo el verdugo, un individuo de mediana edad, calvo y con una bata blanca, abría la boca en un estúpido gesto de incredulidad antes de que el fuego radiactivo le alcanzase y le redujese a un esqueleto ennegrecido. Su piel, órganos y ropa volaron hacia atrás convertidos en una nube de ceniza.
Pero aquello sólo era el aperitivo.
Maniobrando con su recién descubierto cuerpo espectral, Jones gravitó hacia la sala contigua, desde la cual los hombres más poderosos del mundo habían esperado verle morir. Y lo habían conseguido. Lo que no esperaban era que el temido Moses Jones les arrastrara con ellos al otro barrio.
Separando sus labios inmateriales en una sonrisa, Jones pudo ver cómo el calor infernal derretía el plexiglás blindado en una lluvia hirviente que caía sobre los desafortunados Aaron Marsac, Tyler Blackgate y, cómo no, el futuro presidente republicano de los Estados Unidos, Ulysses McGraw. Tras ellos, personalidades menos conocidas pero igualmente poderosas habían empezado a levantarse de sus asientos, espantadas. Sólo sintió que no pudiesen sentir el plexiglás fundido sobre su piel un poco más, antes de que la onda expansiva los barriese como hojas. Como el huracán que había barrido a su familia hacía tanto tiempo.
Sabiendo que muy probablemente le estuviesen esperando, Moses Jones enfiló su yo espectral, como si de un cazabombarderos se tratara, hacia un lugar que no se podía alcanzar con un cuerpo físico. Y si había alguien allí dispuesto a juzgarle por sus actos, bueno, siempre le quedaba el convencimiento de que lo que había hecho era lo justo... y la satisfacción de un trabajo bien hecho.

Friday, January 02, 2009

FELIZ CANALES NUEVO

Frase que pongo para no repetir el "happy new Channels" del año pasado... Para que véais que me acuerdo de vosotros, fieles lectores, os traigo regalos de año nuevo:

http://www.teaserland.com/festival/SADIE-BARBIE-Y-LA-GALLINA-DE-LOS-HUEVOS-DE-ORO.html


He aquí la última aberración en la que he participado, en calidad de actor y maestro armero (sí, no sólo se dar hostias, también pegar tiros. Cuidadín con canales). Se trata del largamente comentado fake trailer que el afamado Ferber ha dirigido para el festival de Teaserland.com. La historia, que es a la vez Lynchiana, Cronenbergiana y Landista, cuenta la historia de dos mozuelas, hijas de un torturador profesional, que le roban a un mafioso una gallina capaz de, literalmente, poner huevos de oro. Por si alguien se lo pregunta, no, yo no he tenido nada que ver con el guión esta vez: sólo digo "arráncale la puta cabeza", "te voy a joder" (frase que, lamentablemente, no ha llegado a aparecer en la versión definitiva del trailer) y luego soy atropellado por el coche de las chicas. Sí, el sombrero y las gafas son mías. Enjoy.