Friday, November 10, 2006

Bueno, y eso ha sido todo. Lo que habéis experimentado se llama "relato corto de ciencia ficción", y es un fenómeno cada vez más extraño. Más que nada, porque en éste país, como bien dice un amigo mío, sólo se hacen dramas sociales, comedias románticas o, sencillamente, historias de gente en cocinas.

La idea de éste relato me vino de la anécdota que cuenta uno de los personajes, el soldado Tárrega, acerca de la CIA y su uso de la imagen de Cristo para revolucionar a los cubanos (la cual, según parece, es totalmente cierta). Naturalmente, trasladada a un futuro postapocalíptico, con un montón de armas de gran calibre, tacos y personajes más o menos gracios. Espero que lo hayáis disfrutado. Si no... bueno, pensad que, al menos, ha sido gratis.

Por cierto, si queréis ver historias en las que no salen cocinas y el único componente social son yonquis y macarras, podéis echarle un vistazo a ésto:

http://www.youtube.com/watch?v=c4dYZBXoxzI

http://www.youtube.com/watch?v=ckXyYVndY8A

http://www.youtube.com/watch?v=hGwWBV9XgSY

En efecto, son cortos realizados por la cuadrilla de Audiovisuales de Bellas Artes de Leioa en los que, sí, este humilde escritor participa de algún modo. Disfrutad. También son gratis.

Friday, October 06, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (12a y última parte)

Fulton deja caer los cargadores vacíos y mete dos nuevos. El hispano está muerto por fin. Una unidad menos para José. Eso les enseñará...

Oye un disparo y se vuelve. Apunta con sus Glocks, todavía calientes, al joven caído.

Parece que no estaba muerto, después de todo. Está tirado sobre el cuerpo del grandote, y sostiene en la mano el arma corta reglamentaria que acaba de extraer de la pistolera de muslo de su camarada.

Fulton anda hacia él con calma, sonriendo. Se arrodilla junto a él, retrae las Glocks a sus pistoleras de manga con una orden mental, y le quita la pistola como a un niño.

-Tranquilo, hijo -le dice, en el español que ha aprendido en las últimas semanas-. Ya ha terminado todo.

El joven le responde con un jadeo y una mirada asesina.

-No voy a matarte -continúa Fulton-. Soy un soldado, no un asesino.

Le da un par de cachetes amistosos al chico en la mejilla cenicienta.

-No te preocupes, eres un elemento valioso -dice-. En cuanto consiga una radio, pediré evacuación y nos llevarán al portaaviones Tallahassee. Puedes hacer mucho por nosotros, chico. Tienes información estratégica...

Fulton se interrumpe cuando nota una presión fría contra la entrepierna.

Baja la mirada al tiempo que escucha el chasquido de un seguro entrando en la posición de fuego automático, y ve un rifle de asalto pesado, modelo TH-100, apuntando contra su escroto. Probablemente la única zona de su cuerpo que no ha sufrido reconstrucción biónica extensiva.

El chico tiene el dedo tenso en el gatillo.

Y habla. Su inglés es mejor de lo que Fulton habría esperado.

-No me llames "hijo", maricón.

Fulton va a decir "espera" cuando el joven soldado dispara. Afortunadamente para él, sus bloqueos espinales le impiden sentir cómo sus testículos se esparcen por toda la acera convertidos en un géiser de sangre.

El clon de Jesús cae al suelo, con la entrepierna convertida en la versión agigantada de una galleta de mermelada mordida. Y Sánchez será joven, pero no tonto. Se arrastra hacia él, que todavía se convulsiona, con los ojos en blanco, sobre un charco de sangre. Le pone el cañón del TH en la sien y aprieta el gatillo. Con los ojos cerrados, Sánchez oye el rugido del arma, siente la sangre caliente salpicarle la cara, llenarle las fosas nasales mezclada con la pólvora.

Y mantiene el dedo en el gatillo hasta que el arma no suelta más que chasquidos.

Se arrastra de vuelta al cadáver de Tárrega. Encuentra las bengalas de localización en el bolsillo derecho de su guerrera. Enciende una y la deja caer a su lado. El segundo equipo la verá y vendrá a rescatarle. Eso, claro, si todo ha salido como debía. Si toda la tripulación del avión está muerta. Si no han despertado a nadie con el aspecto de Jesús, San Judas Tadeo o la Virgen Maríaa entre los restos del naufragio.

Cierra los ojos y le reza a Dios para no ver nunca más a nadie que se le parezca.

Thursday, October 05, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (11a parte)

Con la espalda pegada contra los bajos del camión volcado, Fulton por fin consigue localizar a su presa. Su sistema de audio implementado capta las vibraciones acústicas que corresponden al grito emitido por un hombre adulto. El sistema de navegación detecta al objetivo a doce grados, dirección noroeste. Unos veinte metros.

Fulton sale de las sombras, y, con las dos pistolas por delante, corre hacia él.

Tiempo estimado de llegada, cinco coma tres segundos.

Ferrer se asoma a tiempo de ver a Jesús corriendo hacia él, con una pistola automática de larguísimo cargador en cada mano, su melena parda ondeando al viento nocturno y la túnica flameando tras él como la capa de un vampiro.

La situación se le antoja tan irreal que casi se echa reír locamente. En vez de eso, se levanta y dispara contra el individuo...

Y, en una maniobra que, hasta la fecha, Ferrer sólo había visto en películas de acción de Hong-Kong, Jesús salta hacia un lado, esquivando las balas, al mismo tiempo que dispara.

Las dos pistolas sueltan sendas ráfagas, abriendo dos líneas gemelas de agujeros en el pecho y el estómago del sargento. La armadura corporal no puede hacer nada contra munición explosiva de ese calibre, y sus órganos internos se ven reducidos a pulpa por la brutal onda de choque.

Perdiendo súbitamente toda fuerza, Ferrer deja caer el TH, aún humeante.

Siente el sabor de su propia sangre en la boca mientras el mundo se vuelve borroso, y piensa: "Eso es imposible. No se puede hacer."

Entonces, cae al suelo. Lo último que ve antes de que todo se vuelva blanco (él siempre imaginó que sería negro) es a Jesús andando hacia él, todavía con su sonrisa reconfortante en la cara.

Saturday, September 30, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (10a parte)

El teleobjetivo digital sigue buscando blancos, pero no acaba de localizar nada. Fulton sólo recibe el mismo mensaje vago e irritante: BUSCANDO.

El hispano grandote que transportaba al herido ha caído y está muerto, eso seguro. El sistema no recibe signos vitales. Ahora es tan verde como el fondo. Pero, ¿y los otros dos?

El herido puede haber muerto. Tal vez algún proyectil le alcanzara, porque está tirado tras el grandote y no se mueve. Desgraciadamente, está demasiado cerca del cadáver y el sistema los confunde. Fulton los recibe a ambos en colores verdes, pero no sería la primera vez que el puto microordenador se equivoca. Como aquella vez en el Amazonas...

"No, olvídate de eso. Piensa en la misión. Concéntrate."

Aspira el aire y lo deja escapar.

"Dios, ojalá tuviese un lanzagranadas."

Justo cuando empieza a preguntarse dónde se ha metido el jefe (desapareció, rodando por el suelo, un segundo antes de que cayese el grandote), una bala arranca un chispazo del eje de transmisión del camión. Maldiciendo, Fulton da un volatín hacia atrás, en el momento en el que el suelo donde había estado un segundo antes estalla en media docena de sitios. A través de la nube de polvo, Fulton levanta una Glock y busca al hispano. Le ha descubierto.

"A la mierda."

Dispara una ráfaga al azar. Con suerte, alguna bala acertará.

Ferrer echa a correr después de disparar la segunda andanada. Es ahora o nunca, todo o nada. Corre hacia la esquina de un edificio cercano, sin dejar de apuntar al camión con el cañón del TH. Pasa junto a Sánchez, que le gime algo. Tal vez le dé ánimos, tal vez le maldiga por dejarle sólo. Se preocupará de eso cuando esté a salvo.

La esquina está cada vez más cerca. Va a lograrlo...

Entonces, algo caliente pasa zumbando junto a él y le abre una larga herida, que va desde el hombro hasta el omóplato izquierdo. Ferrer deja escapar un grito y se tambalea, justo cuando la bala explosiva estalla contra una farola en una lluvia de chispas.

Ferrer se deja caer contra la esquina. Se golpea la herida y el dolor resulta mayúsculo. Suelta un alarido, pero al menos está cubierto.

Saturday, September 23, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (9a parte)

Fulton hace rechinar sus modificados dientes, frustrado. ¿Cómo ha podido ser tan idiota? Ha creído que el hispano al mando le lanzaba algo (algún otro tipo de granada) y ha dado un salto en su escondite, entre las sombras de un camión volcado e incinerado. Ha resultado que sólo era una calavera, ¡una puta calavera!, pero un montón de guijarros, poco más que un puñado, ha caído desde el tapacubos del camión al suelo y ha alertado a los soldados. Puede verlos, tensos, escudriñando los alrededores.

Mal, muy mal. El general le despellejaría vivo por una falta de autocontrol tan flagrante.

Levanta las dos Glocks, cada una a la altura de los sistemas de puntería digitales que han sido implantados en sus globos oculares. Los soldados aparecen coloreados en blanco contra un fondo de color verde, con la textura de fotocopia que da la visión nocturna.

Es cuestión de segundos que le descubran. Tiene que actuar ahora.

FIJANDO BLANCO, dice el microordenador de su cerebro. BLANCO ADQUIRIDO.

Para cuando Ferrer comprende que les están disparando, ya es demasiado tarde. Él consigue reaccionar a tiempo y echarse al suelo antes de que las balas le alcancen, pero Tárrega no tiene tanta suerte. Impedido por el peso de Sánchez, no puede evitar que la descarga le de de lleno en el pecho. La munición explosiva se lo revienta como un globo, liberando una húmeda nube roja.

Tárrega tarda un segundo en darse cuenta de que está muerto. Intenta soltar un taco, pero ya no tiene pulmones con los que reunir el aire necesario. Cae de rodillas, con una mirada incrédula, y luego cuan largo es, con la cara ensangrentada contra la grava y el polvo.

Ferrer rueda por el suelo y consigue apostarse tras los restos ennegrecidos de una cabina telefónica. Mierda, es la peor cobertura que podíaa ocurrírsele.

Echa un vistazo al campo abierto: Tárrega está en el suelo, mezclando su sangre con la escoria. Otra vez mierda.

Mira a Sánchez, y Sánchez, tendido de lado tras el cadáver de Tárrega, le devuelve la mirada. Permanece en silencio, a pesar de que respira aceleradamente y suda a chorros. El joven es más listo de lo que parecíaa: se está haciendo el muerto.

Ferrer le indica, con un dedo frente a los labios, que guarde silencio. El chico asiente.

Echa un vistazo a través del metal retorcido y el plexiglás fundido.

¿Dónde está el cabrón?

"Piensa, Ferrer, piensa. ¿De dónde venía la ráfaga? Del nivel del suelo. Sí, seguro que sí. Tiene que ser..."

Entonces se fija en el camión volcado que bloquea una calle. Es perfecto, la sombra de los edificios circundantes lo convierten en una masa negra sobre el pavimento. Cualquiera podría esconderse a su lado.

Apresuradamente, hurga en el bolsillo de su pantalón de campaña gris y negro.

-Te he pillado, hijo de puta -murmura, y saca las gafas de visión nocturna con las que cazó al avión de transporte.

A través del fulgor verde del aparato, lo ve. Está ahí, con el hombro apoyado contra los bajos del camión. Sostiene sus dos pistolas-ametralladoras frente a su barbuda y bíblica cara. Sus ojos refulgen en la oscuridad. ¿Es el efecto de la visión nocturna, o realmente le brillan?

Las dos pistolas se mueven lentamente de un lado a otro, buscando objetivos. Aún no le ha visto.

Saturday, September 16, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (8a parte)

-¿Por qué se parecerá a Cristo?

-¿Mande? -Ferrer está demasiado ocupado escrutando el desolado entorno a través del punto de mira de su TH como para hacer mucho caso a Tárrega.

-El engendro ése -dice el soldado, resoplando por el esfuerzo de cargar con Sánchez-. Es igual que Cristo, ¿no?

-¿Importa mucho? -gruñe el sargento.

-Hombre, igual es la clave... Tendrá algún punto débil, digo yo.

Ferrer baja el arma y se vuelve hacia él.

-Mira, me la suda. Por lo que a mí respecta, está muerto. Y si no, como si lo estuviese, porque en cuanto lleguemos a la base, pienso pedir refuerzos y ametrallar toda la zona.

Dicho esto, siguen avanzando. Ferrer va en cabeza, asegurándose de que no haya nadie (como un clon de Jesucristo armado hasta los dientes) esperando para emboscarles. Cada cierta distancia, se para y apunta a todas partes con su TH, pero el ataque nunca llega. Tárrega le sigue de cerca, con Sánchez, ahora inconsciente, en la espalda. Sus piernas muertas han sido remendadas a toda prisa, pero siguen sangrando. El goteo pone muy nervioso a Tárrega, así que, más para ocupar la mente que por otra cosa, dice:

-Yo tengo una teoría.

-Eres pesadito, ¿eh? -refunfuña Ferrer, echando una rápida ojeada tras el esqueleto incendiado de un Seat-. ¿Sobre qué?

-Sobre el tipo. Sobre por qué se parece a Cristo.

-Venga, suéltalo -el sargento vuelve a su lado, poniendo el seguro al rifle y echándoselo al hombro-. Sé que te mueres de ganas.

-Bueno... una vez, oí que la CIA había trazado un plan para invadir Cuba. Iban a anunciar la segunda venida de Cristo por todo lo alto. Luego, tenían pensado proyectar una imagen hologràfica de Cristo en el mar, desde un submarino. Se suponía que todos los cubanos iban a ponerse a nadar para alcanzarle, y que los americanos iban a aprovechar para invadir la isla mientras todos estaban en el agua.

-Enhorabuena, Tárrega, chaval -Ferrer hace algo intermedio entre reír y ronronear como un gato de 95 kilos-. Eso es lo más estúpido que he oído en mi vida.

-La idea no fue mía, sargento. Fueron los yanquis.

-¿Y qué quieres decirme con todo esto? -mientras avanzan, Ferrer patea el cráneo pelado de un soldado, muerto meses antes. La calavera hace un sonido parecido a una carcajada seca antes de desaparecer rodando en las sombras.

-Que es todo parte de la estrategia -explica Tárrega. Sánchez gime en sueños, como dándole la razón-. Se supone que somos religiosos. Nunca se nos ocurriría dispararle a Cristo.

-Bueno, eso creen ellos. Yo ni siquiera estoy bautizado. Es màs, si fuese más agnóstico, empezaría a arder aquí mismo.

Entonces, Ferrer se queda paralizado.

El TH salta de su hombro y entra en modo de fuego automático.

Tárrega frena en seco.

-¿Qué pasa? -musita, con un hilo de voz.

Ferrer sisea. Tarrega guarda silencio.

Sunday, September 10, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (7a parte)

El teniente Fulton apoya la espalda contra la pared del mugriento callejón y respira hondo. Luego, se introduce dos dedos en la herida del bíceps y hurga en la carne y la sangre hasta que alcanza la esquirla de metralla que se le ha alojado dentro. A pesar de los implantes espinales para bloquear el dolor, la sensación es espeluznante. Aprieta los dientes y saca, durante lo que parece una eternidad, el proyectil. Cuando la punta por fin termina de salir, deja escapar un gemido de alivio. La esquirla cae al suelo de cemento agrietado, y Fulton se desgarra el faldón de la túnica. Usa el pedazo de tela para vendarse la herida, con la esperanza de que su sistema inmunológico y sus anticuerpos, cultivados entre todo tipo de enfermedades infecciosas, sean capaces de evitar cualquier infección. Porque a saber qué tienen los tercermundistas éstos en el aire.

Se sienta en el suelo y se permite un momento de respiro. Joder, ha estado muy cerca. De no haber sido por las mejoras biónicas, esa granada le hubiese hecho jirones. Parece que "José" està mejor preparado de lo que esperaban. Tal vez lo de abrirse paso en plan Rambo a través de las líneas enemigas no sea tan buena idea, después de todo.

Bien, debería hacer lo siguiente: encontrar una forma de comunicarse con el "Tallahassee", anclado a unas millas de la costa norte. Informar de su situación, de la posible defunción de sus compañeros, y esperar instrucciones. Pero, ¿dónde encontrar una radio? ¿Tendrán por aquí algo capaz de radiar a tanta distancia?

Entonces tiene una idea brillante: uno de los soldados hispanos está herido. Sí, le voló las rodillas; así que el enemigo tiene dos alternativas: o lo arrastra de vuelta la base, o le pega dos tiros allí donde yace para ahorrarse el esfuerzo. La segunda opción es más que probable, sobre todo viniendo de una gente tan poco civilizada, pero también es posible que decidan cargar con su compañero herido de vuelta a casa.

Sí, es muy posible.

Eso es, volverá al punto de partida y seguirá a esos chicanos de mierda hasta su base. Una vez allí, los matará a todos y se hará con su sistema de comunicaciones.

Es una idea tan sencilla que es hermosa.

Saturday, September 02, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (6a parte)

El teniente Fulton apoya la espalda contra la pared del mugriento callejón y respira hondo. Luego, se introduce dos dedos en la herida del bíceps y hurga en la carne y la sangre hasta que alcanza la esquirla de metralla que se le ha alojado dentro. A pesar de los implantes espinales para bloquear el dolor, la sensación es espeluznante. Aprieta los dientes y saca, durante lo que parece una eternidad, el proyectil. Cuando la punta por fin termina de salir, deja escapar un gemido de alivio. La esquirla cae al suelo de cemento agrietado, y Fulton se desgarra el faldón de la túnica. Usa el pedazo de tela para vendarse la herida, con la esperanza de que su sistema inmunológico y sus anticuerpos, cultivados entre todo tipo de enfermedades infecciosas, sean capaces de evitar cualquier infección. Porque a saber qué tienen los tercermundistas estos en el aire.

Se sienta en el suelo y se permite un momento de respiro. Joder, ha estado muy cerca. De no haber sido por las mejoras biónicas, esa granada le hubiese hecho jirones. Parece que "José" està mejor preparado de lo que esperaban. Tal vez lo de abrirse paso en plan Rambo a través de las líneas enemigas no sea tan buena idea, después de todo.

Bien, debería hacer lo siguiente: encontrar una forma de comunicarse con el "Tallahassee", anclado a unas millas de la costa norte. Informar de su situación, de la posible defunción de sus compañeros, y esperar instrucciones. Pero, ¿dónde encontrar una radio? ¿Tendrán por aquí algo capaz de radiar a tanta distancia?

Entonces tiene una idea brillante: uno de los soldados hispanos está herido. Sí, le voló las rodillas; así que el enemigo tiene dos alternativas: o lo arrastra de vuelta la base, o le pega dos tiros allí donde yace para ahorrarse el esfuerzo. La segunda opción es más que probable, sobre todo viniendo de una gente tan poco civilizada, pero también es posible que decidan cargar con su compañero herido de vuelta a casa.

Sí, es muy posible.

Eso es, volverá al punto de partida y seguirá a esos chicanos de mierda hasta su base. Una vez allí, los matará a todos y se hará con su sistema de comunicaciones.

Es una idea tan sencilla que es hermosa.

Friday, September 01, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (5a parte )

Ferrer y Tárrega ni siquiera tienen tiempo de sentirse torpes y lentos. Sólo piensan, vagamente, en lo difícil que es seguir al personaje disfrazado de Jesucristo con los cañones de sus respectivas armas. Tárrega dispara, pero su TH sólo consigue levantar polvo y ceniza del suelo: el individuo ya se ha levantado y corre ahora hacia la protección de la derruida pared sur.

-¡Mátalo! -ruge Ferrer, y ambos disparan furiosamente sus armas, los nudillos blancos de apretar el gatillo y la empuñadura, dientes rechinando, ojos entrecerrados. Una tormenta de plomo barre el solar, abriendo dos docenas de boquetes en la pared sur.

"Jesucristo" ha desaparecido.

-¿Dónde està? -murmura Tàrrega, con el tintineo de los casquillos todavía resonando en el suelo.

-No lo sé, detrás de la pared -responde Ferrer, sin dejar de apuntar a la agujereada ruina con su rifle-. ¿Le has dado?

-Me parece que no.

Los gemidos de Sánchez obligan al sargento a apartar la mirada de la pared. El joven soldado está tirado en el suelo, con las piernas torcidas en un ángulo muy raro.

-Hostia -gimotea, con la cara cubierta de polvo, lágrimas y mocos-, hostia, mis piernas.

-¿Cómo estás, Sánchez? -pregunta el sargento.

-No lo sé, sargento -farfulla el otro-. No las noto. ¿Eso es malo?

-Tranquilo -le dice Ferrer, y luego le susurra a Tárrega-. Está jodido si no le llevamos a la base.

-¿Y qué hacemos? -susurra a su vez Tàrrega- Ese hijoputa sigue ahí detrás. En cuanto le demos la espalda a la pared...

-Granada y a tomar por culo.

-No me quedan -Tárrega traga saliva-. Gasté la última la semana pasada. La colé dentro de aquella tanqueta...

-Sargento -Ferrer se vuelve en cuanto oye la voz agonizante de Sánchez, justo a tiempo de coger con la mano libre la granada que éste le lanza desde el suelo.

-Cárguese al cabronazo ése -le dice.

El teniente Fulton, de las Fuerzas Especiales, se pregunta dónde está el resto de su unidad. Deberían estar formando en el punto de encuentro acordado, a la espera de recibir instrucciones. Sin embargo, cuando se abrió su cápsula sólo vio a cuatro mejicanos, o cubanos, o lo que fueran, observándole perplejo con sus caritas de mono. Claro que, sin la perplejidad de sus enemigos, ya estaría muerto.

Deja caer los dos cargadores medio vacíos de sus Glocks y encaja dos nuevos.

La misión se ha jodido, eso es evidente. ¿Qué queda hacer ahora? ¿Buscar a sus camaradas? Puede que sigan vivos, en alguna parte. Puede que le estén buscando.

Bueno, está sólo tras las líneas enemigas, así que hay algo que debe hacer con total seguridad: abrirse camino hacia la libertad, llevàndose por delante a todos los espaldas mojadas que pueda.

Está pensando una buena estrategia, algo que hubiese hecho Arnie Schwarzenegger en sus buenos tiempos, cuando algo corta el polvoriento aire nocturno sobre su cabeza y cae frente a él, repiqueteando en el suelo.

Casi es demasiado tarde antes de que se de cuenta de que es una granada.

-¡Al suelo! -grita Ferrer, justo después de arrojar la granada por encima del muro. La explosión, ensordecedora, hace llover cascotes por todo el solar, llenado la nariz de los presentes con el olor del fuego y el polvo removido. Una columna de humo gris se eleva desde detràs de la pared acribillada, pero ninguno de los soldados la ve porque todos tienen la cara apretada contra la gravilla del suelo.

-¡A por él! -ordena el sargento, levantando la cara cenicienta. Él y Tárrega se ponen en pie de un salto y corren hacia la pared. La rodean, cada uno por un flanco, pero detrás de ella sólo hay destrozo, cascotes hechos a partir de cascotes, arena humeante y cristalizada. Ni rastro del sosias de Jesucristo.

-¿Cree que se ha desintegrado? -pregunta Tárrega, jadeante, bajando su rifle.

-No creo que eso le pueda pasar a un cuerpo humano -replica Ferrer. Su TH sigue en alto, el dedo tenso en el gatillo.

-A lo mejor está escondido en alguna parte. Podemos ir a...

-A tomar por culo él -tercia el sargento-. Me basta con saber que no está aquí. Venga, volvemos a la base, tenemos un herido grave.

Ferrer y Tárrega regresan al lugar donde yace Sánchez, que ahora respira aceleradamente y tiene la frente empapada de sudor. A la luz de la luna, parece como si su cara fuese una imagen recortada y moldeada del espacio exterior, todo oscuridad acribillada de puntitos de luz.

-Carga tú con él -ordena el sargento a Tárrega-. Yo os cubro.

-¿Qué hacemos con Casillas? -pregunta el soldado raso.

-¿Cómo que qué hacemos? Está muerto, ¿no?

Sunday, August 13, 2006

LA SEGUNDA VENIDA ( 4a parte)

Y abre los brazos mientras una enorme sonrisa conciliadora le inunda el rostro. Sus dientes son perfectos.

Casillas, titubeante, baja el arma y alza una ceja.

-¿Qué...? -empieza a preguntar- ¿qué coño es esto?

Extiende una mano y avanza hasta tocar la tela de la pechera del hombre.

-¿Es de verdad? -le oyen preguntar.

-¡No, hombre, no te acerques a él! -brama Ferrer, justo cuando dos pistolas Glock modelo 18, de protuberantes cargadores, surgen de las mangas del así llamado Jesucristo.

Casillas sólo tiene tiempo de barbotar un "guh" antes de que las dos armas gemelas le encañonen y descarguen sendas ráfagas en fuego automático sobre su desprevenida cara. Las balas entran por sus mejillas, frente, ojos, y salen por su nuca, reduciendo su cabeza a pulpa en medio segundo.

-¡Atrás! -ordena Ferrer en cuanto el cuerpo de Casillas toca el suelo, buscando la distancia para acribillar al "lo que sea" ése con seguridad. Después, dispara su TH-100, pero las balas sólo cortan el aire. En el escaso margen de tiempo que ha necesitado la orden de disparar para llegar desde su cerebro hasta su dedo índice, el mesiánico individuo ha saltado de su cápsula y rueda ahora por el suelo.

Antes de que nadie llegue a apuntarle, dispara de nuevo sus Glocks. Desde el suelo, sólo llega a acertarle a Sánchez en las rodillas. Aún así, el efecto es devastador: sus rótulas saltan como los corchos de una botella de champan. Claro que es sangre lo que sale, no espuma.

-¡Hostia! -grita Sánchez, sus ojos desorbitados.Cae al suelo cuando sus piernas se quiebran como mondadientes, incapaces de sostenerle. Y sigue gritando:

-¡Hostia, hostia!

Saturday, August 12, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (3a parte)

-Ahí está -susurra el joven Sánchez-. Es grande, la jodida. ¿Qué es?

-No es una bomba, eso seguro -susurra a su vez Ferrer-. Tárrega, tú y Casillas os acercáis por la izquierda y nosotros os cubrimos. ¡Venga!

Los dos soldados obedecen. Avanzan silenciosamente, en cuclillas, hasta rodear el aparato y situarse tras él. O lo que debe ser "tras él", porque su parte delantera y su parte trasera son indistinguibles. No muestra muescas ni aberturas de ningún tipo. Sólo es una especie de monolito negro.

Desde detrás de los restos astillados de un mostrador de madera, Tárrega hace la señal de "despejado". El cacharro está apagado, o roto. Quién sabe.

El sargento Ferrer y Sánchez abandonan la cobertura y avanzan hacia el trasto, más confiados, pero no tanto como para dejar de apuntarle con sus respectivas armas. Todo el grupo se reúne alrededor del misterioso objeto.

-Es americano, eso fijo -Casillas toca la bandera grabada sobre el armazón negro.

-Estás observador hoy, ¿eh? -gruñe Ferrer- .Ya sé que es americano, coño. Ha salido de un avión yanqui que he reventado yo mismo. Lo que quiero saber es qué es y qué hace.

-Yo creo que deberíamos informar al mando -opina Tárrega-. Que vengan y que lo analicen. O los de inteligencia, los que sea que se ocupen de estas cosas.

Apenas ha terminado la frase cuando el obelisco sintético empieza a silbar. Unos hilos de vapor empiezan a surgir de aberturas imperceptibles a primera vista mientras todos trastabillan y retroceden, encañonando al artilugio.

-¡Lo sabía! -exclama Sánchez, con su MP5 frente a los ojos- ¡Es un arma química, vamos a morir!

-¡Es el ébola! -gime Tárrega- ¡Fijo que es el ébola, me cago en la puta!

-¡Mantened la posición, panda de cagones! -ruge Ferrer.

Sin embargo, todos retroceden, él incluido, mientras la parte superior del aparato se despliega, como si de una flor se tratase. Grandes piezas metálicas se desacoplan como pétalos.

Lo que es revelado deja a todo el grupo sin habla.

Menos a Casillas, que murmura:

-No me jodas...

Dentro del artilugio, un hombre abre los ojos. Es alto y delgado. Tiene melena color castaño oscuro, una tupida barba y viste una sencilla túnica de tela, atada con una cuerda.

Sin embargo, todo esto queda eclipsado por la corona de espinas que luce sobre su atormentada frente. La sangre que ha manado de sus heridas ya se ha secado. Pero sigue ahí.

El hombre les mira. Y ellos le miran a su vez.

-¿Jesús? -pregunta Casillas, rompiendo el estupefacto silencio.

-Hijos míos -dice el hombre, con una dicción perfecta que no puede, empero, disimular el acento americano-, venid a mí.

Thursday, August 10, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (2a parte)

Siete minutos más tarde, en el improvisado campamento que han montado en las ruinas de un antiguo edifico indeterminado, el sargento Ferrer se alza frente a los demás miembros de la unidad, completamente pertrechado para la batalla, con su uniforme blindado negro para incursiones nocturnas y su TH-100, rifle semiautomático pesado, enarbolado en la mano izquierda. Sus ojillos oscuros escrutan a los soldados mientras se van poniendo en fila, cargando las armas, abrochando las armaduras corporales.

-Vale, atención -dice, una vez que todos los hombres están formando, firmes, una única línea color gris cemento y negro muerte -. La situación es ésta: hace aproximadamente diez minutos, derribamos un transporte de tropas aéreo de la USAF sobre la ciudad.

-¿Qué es USAF, sargento? -pregunta uno de los soldados, levantando la mano derecha como quien quiere ir a mear en mitad de una clase.

-Las fuerzas aéreas yanquis, Tárrega.

-Ah, vale.

-Luego abrimos una ronda de preguntas, ¿vale? -se mofa el sargento, aunque sus ojos como perdigones no reflejan humor alguno. Aún así, todos ríen -. Bien. El transporte se estrelló después de recibir un impacto directo, por lo que que no esperamos que haya supervivientes. Sin embargo, creemos que dejó caer algo en las inmediaciones, así que vamos a organizar una batida para ver qué es. ¿Preguntas?

-¿Y si es una bomba? -pregunta Ostolozaga.

-De ser una bomba, ya habría estallado. Y si fuese radioactiva, ya estaríamos muertos. Estamos dentro del área de efecto desde hace un buen rato.

Todos se dan por satisfechos con esta explicación.

-Mientras hablamos -añade Ferrer- Durruti está triangulando la posición del objeto extraño en cuestión, y radiándoles un informe a los del mando. Nos dividiremos en dos grupos: uno vendrà conmigo a echarle un vistazo a la cosa ésa, y el otro irá con Durruti a controlar los restos del avión. ¿Está claro?

Todos gruñen un "sí, señor" al unísono.

-¡A moverse! -concluye el sargento.

Tras veinticinco minutos de paso ligero, el grupo de Ferrer llega al solar en el que otrora se alzaba la sede del BBVA. Las ruinas del edificio, que sucumbió a los bombardeos indiscriminados durante las primeras semanas de la guerra, han sido rematadas y pulverizadas por el impacto de casi dos toneladas de metal sintético lanzado desde más de un kilómetro de altura. Los cascotes se han desperdigado por toda la calle, formando un dibujo parecido al de un girasol en el suelo. La masa oscura del proyectil se alza, silenciosa, en medio del destrozo, su casco negro y pulido brillando a la luz de las estrellas. La mitad inferior está hundida casi un metro en el suelo.

LA SEGUNDA VENIDA (1a parte)


-¿Eso es lo que creo que es? -pregunta Ferrer, con los anteojos de visión nocturna sobre la cara -¡Hostias, ya lo creo! ¡Durruti, pásame el espínquer!

Durante los últimos meses de la guerra, el lanzamisiles SPKNR ha adoptado ese nuevo nombre.

-¿Qué es, sargento? -pregunta Durruti, abriendo la bolsa de lona y sacando el enorme aparato.

-¿Qué es? Ya te diré yo lo que es -Ferrer coge el lanzamisiles y abre una recámara del diámetro de un antebrazo humano- Es un transporte de tropas "Stealth" aéreo.

Coge un misil y lo encaja en la recámara. Dos chasquidos, un crujido, y el arma está lista para escupir muerte a gran escala.

-¿Americano? -pregunta Durruti.

-Como las hamburguesas -contesta el sargento, y se echa el lanzamisiles al hombro.

A aproximadamente mil doscientos metros de altura, el piloto al mando del AAPC Stealth pulsa el botón de la luz roja. En la bodega, enormes aparatos de metal sintético, similares a proyectiles, cobran vida con un zumbido. Un brazo robótico se desacopla del techo y coge el primero de ellos con un movimientos económicos y zumbantes. La gran pinza metálica envuelve a la perfección el armazón del proyectil. Lo levanta y lo sitúa cuidadosamente sobre la compuerta de la bodega. Ésta comienza a abrirse lentamente, dejando ver la ciudad en ruinas que el AAPC sobrevuela en esos momentos. Un indicador en el panel de control empieza a pitar, iluminando el visor opaco del piloto con una enfermiza luz verde. El primer paquete está listo para ser entregado. El piloto pulsa el botón que abre la pinza robótica justo en el momento en el que un misil SPKNR aparece silbando frente a la cabina. Sólo tiene tiempo de pensar que han vuelto a subestimar a esos mejicanos de mierda (o lo que sean), antes de que la cabina estalle en una lluvia de fuego y metal negro.

-¡Toma ya! -exclama Ferrer, ante el espectáculo de ver al pájaro negro, americano como las hamburguesas, caer envuelto en llamas- ¡Le he dado! ¡Jódete, cabrón yanqui!

Mientras el sargento sigue el descenso del AAPC con el dedo anular, Durruti aparece en su línea de visión, con el entrecejo fruncido.

-¿No ha soltado algo, sargento? -pregunta.

-¿Algo?

-Sí, yo diría que ha dejado caer algo antes de estallar. Pero igual era sólo un efecto óptico.

Ferrer deja caer el SPNKR sobre el suelo inundado de cascotes ennegrecidos.

-¿Has visto algo o no? -inquiere, clavando su parda mirada, de frondoso ceño, en el cabo Durruti.

-Pues, hombre... No sé, es de noche, está oscuro...

-¡Espabila, coño! -Ferrer le da una colleja en la nuca rapada- Si ha soltado algo, podríamos estar en peligro. ¿Y si es una bomba H?

-Eh...

-Durruti, cojones, ¿has visto caer algo del avión, sí o no?

Lejos, a más de seis kilómetros de distancia, el AAPC se estrella y su motor a fusión fría deja escapar una nube de fuego con forma de champiñón. El suelo retumba y el sonido llega un par de segundos màs tarde, justo cuando Durruti dice:

-Sí, seguro que sí.