Friday, October 06, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (12a y última parte)

Fulton deja caer los cargadores vacíos y mete dos nuevos. El hispano está muerto por fin. Una unidad menos para José. Eso les enseñará...

Oye un disparo y se vuelve. Apunta con sus Glocks, todavía calientes, al joven caído.

Parece que no estaba muerto, después de todo. Está tirado sobre el cuerpo del grandote, y sostiene en la mano el arma corta reglamentaria que acaba de extraer de la pistolera de muslo de su camarada.

Fulton anda hacia él con calma, sonriendo. Se arrodilla junto a él, retrae las Glocks a sus pistoleras de manga con una orden mental, y le quita la pistola como a un niño.

-Tranquilo, hijo -le dice, en el español que ha aprendido en las últimas semanas-. Ya ha terminado todo.

El joven le responde con un jadeo y una mirada asesina.

-No voy a matarte -continúa Fulton-. Soy un soldado, no un asesino.

Le da un par de cachetes amistosos al chico en la mejilla cenicienta.

-No te preocupes, eres un elemento valioso -dice-. En cuanto consiga una radio, pediré evacuación y nos llevarán al portaaviones Tallahassee. Puedes hacer mucho por nosotros, chico. Tienes información estratégica...

Fulton se interrumpe cuando nota una presión fría contra la entrepierna.

Baja la mirada al tiempo que escucha el chasquido de un seguro entrando en la posición de fuego automático, y ve un rifle de asalto pesado, modelo TH-100, apuntando contra su escroto. Probablemente la única zona de su cuerpo que no ha sufrido reconstrucción biónica extensiva.

El chico tiene el dedo tenso en el gatillo.

Y habla. Su inglés es mejor de lo que Fulton habría esperado.

-No me llames "hijo", maricón.

Fulton va a decir "espera" cuando el joven soldado dispara. Afortunadamente para él, sus bloqueos espinales le impiden sentir cómo sus testículos se esparcen por toda la acera convertidos en un géiser de sangre.

El clon de Jesús cae al suelo, con la entrepierna convertida en la versión agigantada de una galleta de mermelada mordida. Y Sánchez será joven, pero no tonto. Se arrastra hacia él, que todavía se convulsiona, con los ojos en blanco, sobre un charco de sangre. Le pone el cañón del TH en la sien y aprieta el gatillo. Con los ojos cerrados, Sánchez oye el rugido del arma, siente la sangre caliente salpicarle la cara, llenarle las fosas nasales mezclada con la pólvora.

Y mantiene el dedo en el gatillo hasta que el arma no suelta más que chasquidos.

Se arrastra de vuelta al cadáver de Tárrega. Encuentra las bengalas de localización en el bolsillo derecho de su guerrera. Enciende una y la deja caer a su lado. El segundo equipo la verá y vendrá a rescatarle. Eso, claro, si todo ha salido como debía. Si toda la tripulación del avión está muerta. Si no han despertado a nadie con el aspecto de Jesús, San Judas Tadeo o la Virgen Maríaa entre los restos del naufragio.

Cierra los ojos y le reza a Dios para no ver nunca más a nadie que se le parezca.

Thursday, October 05, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (11a parte)

Con la espalda pegada contra los bajos del camión volcado, Fulton por fin consigue localizar a su presa. Su sistema de audio implementado capta las vibraciones acústicas que corresponden al grito emitido por un hombre adulto. El sistema de navegación detecta al objetivo a doce grados, dirección noroeste. Unos veinte metros.

Fulton sale de las sombras, y, con las dos pistolas por delante, corre hacia él.

Tiempo estimado de llegada, cinco coma tres segundos.

Ferrer se asoma a tiempo de ver a Jesús corriendo hacia él, con una pistola automática de larguísimo cargador en cada mano, su melena parda ondeando al viento nocturno y la túnica flameando tras él como la capa de un vampiro.

La situación se le antoja tan irreal que casi se echa reír locamente. En vez de eso, se levanta y dispara contra el individuo...

Y, en una maniobra que, hasta la fecha, Ferrer sólo había visto en películas de acción de Hong-Kong, Jesús salta hacia un lado, esquivando las balas, al mismo tiempo que dispara.

Las dos pistolas sueltan sendas ráfagas, abriendo dos líneas gemelas de agujeros en el pecho y el estómago del sargento. La armadura corporal no puede hacer nada contra munición explosiva de ese calibre, y sus órganos internos se ven reducidos a pulpa por la brutal onda de choque.

Perdiendo súbitamente toda fuerza, Ferrer deja caer el TH, aún humeante.

Siente el sabor de su propia sangre en la boca mientras el mundo se vuelve borroso, y piensa: "Eso es imposible. No se puede hacer."

Entonces, cae al suelo. Lo último que ve antes de que todo se vuelva blanco (él siempre imaginó que sería negro) es a Jesús andando hacia él, todavía con su sonrisa reconfortante en la cara.