Thursday, August 10, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (2a parte)

Siete minutos más tarde, en el improvisado campamento que han montado en las ruinas de un antiguo edifico indeterminado, el sargento Ferrer se alza frente a los demás miembros de la unidad, completamente pertrechado para la batalla, con su uniforme blindado negro para incursiones nocturnas y su TH-100, rifle semiautomático pesado, enarbolado en la mano izquierda. Sus ojillos oscuros escrutan a los soldados mientras se van poniendo en fila, cargando las armas, abrochando las armaduras corporales.

-Vale, atención -dice, una vez que todos los hombres están formando, firmes, una única línea color gris cemento y negro muerte -. La situación es ésta: hace aproximadamente diez minutos, derribamos un transporte de tropas aéreo de la USAF sobre la ciudad.

-¿Qué es USAF, sargento? -pregunta uno de los soldados, levantando la mano derecha como quien quiere ir a mear en mitad de una clase.

-Las fuerzas aéreas yanquis, Tárrega.

-Ah, vale.

-Luego abrimos una ronda de preguntas, ¿vale? -se mofa el sargento, aunque sus ojos como perdigones no reflejan humor alguno. Aún así, todos ríen -. Bien. El transporte se estrelló después de recibir un impacto directo, por lo que que no esperamos que haya supervivientes. Sin embargo, creemos que dejó caer algo en las inmediaciones, así que vamos a organizar una batida para ver qué es. ¿Preguntas?

-¿Y si es una bomba? -pregunta Ostolozaga.

-De ser una bomba, ya habría estallado. Y si fuese radioactiva, ya estaríamos muertos. Estamos dentro del área de efecto desde hace un buen rato.

Todos se dan por satisfechos con esta explicación.

-Mientras hablamos -añade Ferrer- Durruti está triangulando la posición del objeto extraño en cuestión, y radiándoles un informe a los del mando. Nos dividiremos en dos grupos: uno vendrà conmigo a echarle un vistazo a la cosa ésa, y el otro irá con Durruti a controlar los restos del avión. ¿Está claro?

Todos gruñen un "sí, señor" al unísono.

-¡A moverse! -concluye el sargento.

Tras veinticinco minutos de paso ligero, el grupo de Ferrer llega al solar en el que otrora se alzaba la sede del BBVA. Las ruinas del edificio, que sucumbió a los bombardeos indiscriminados durante las primeras semanas de la guerra, han sido rematadas y pulverizadas por el impacto de casi dos toneladas de metal sintético lanzado desde más de un kilómetro de altura. Los cascotes se han desperdigado por toda la calle, formando un dibujo parecido al de un girasol en el suelo. La masa oscura del proyectil se alza, silenciosa, en medio del destrozo, su casco negro y pulido brillando a la luz de las estrellas. La mitad inferior está hundida casi un metro en el suelo.

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