Sunday, August 13, 2006

LA SEGUNDA VENIDA ( 4a parte)

Y abre los brazos mientras una enorme sonrisa conciliadora le inunda el rostro. Sus dientes son perfectos.

Casillas, titubeante, baja el arma y alza una ceja.

-¿Qué...? -empieza a preguntar- ¿qué coño es esto?

Extiende una mano y avanza hasta tocar la tela de la pechera del hombre.

-¿Es de verdad? -le oyen preguntar.

-¡No, hombre, no te acerques a él! -brama Ferrer, justo cuando dos pistolas Glock modelo 18, de protuberantes cargadores, surgen de las mangas del así llamado Jesucristo.

Casillas sólo tiene tiempo de barbotar un "guh" antes de que las dos armas gemelas le encañonen y descarguen sendas ráfagas en fuego automático sobre su desprevenida cara. Las balas entran por sus mejillas, frente, ojos, y salen por su nuca, reduciendo su cabeza a pulpa en medio segundo.

-¡Atrás! -ordena Ferrer en cuanto el cuerpo de Casillas toca el suelo, buscando la distancia para acribillar al "lo que sea" ése con seguridad. Después, dispara su TH-100, pero las balas sólo cortan el aire. En el escaso margen de tiempo que ha necesitado la orden de disparar para llegar desde su cerebro hasta su dedo índice, el mesiánico individuo ha saltado de su cápsula y rueda ahora por el suelo.

Antes de que nadie llegue a apuntarle, dispara de nuevo sus Glocks. Desde el suelo, sólo llega a acertarle a Sánchez en las rodillas. Aún así, el efecto es devastador: sus rótulas saltan como los corchos de una botella de champan. Claro que es sangre lo que sale, no espuma.

-¡Hostia! -grita Sánchez, sus ojos desorbitados.Cae al suelo cuando sus piernas se quiebran como mondadientes, incapaces de sostenerle. Y sigue gritando:

-¡Hostia, hostia!

Saturday, August 12, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (3a parte)

-Ahí está -susurra el joven Sánchez-. Es grande, la jodida. ¿Qué es?

-No es una bomba, eso seguro -susurra a su vez Ferrer-. Tárrega, tú y Casillas os acercáis por la izquierda y nosotros os cubrimos. ¡Venga!

Los dos soldados obedecen. Avanzan silenciosamente, en cuclillas, hasta rodear el aparato y situarse tras él. O lo que debe ser "tras él", porque su parte delantera y su parte trasera son indistinguibles. No muestra muescas ni aberturas de ningún tipo. Sólo es una especie de monolito negro.

Desde detrás de los restos astillados de un mostrador de madera, Tárrega hace la señal de "despejado". El cacharro está apagado, o roto. Quién sabe.

El sargento Ferrer y Sánchez abandonan la cobertura y avanzan hacia el trasto, más confiados, pero no tanto como para dejar de apuntarle con sus respectivas armas. Todo el grupo se reúne alrededor del misterioso objeto.

-Es americano, eso fijo -Casillas toca la bandera grabada sobre el armazón negro.

-Estás observador hoy, ¿eh? -gruñe Ferrer- .Ya sé que es americano, coño. Ha salido de un avión yanqui que he reventado yo mismo. Lo que quiero saber es qué es y qué hace.

-Yo creo que deberíamos informar al mando -opina Tárrega-. Que vengan y que lo analicen. O los de inteligencia, los que sea que se ocupen de estas cosas.

Apenas ha terminado la frase cuando el obelisco sintético empieza a silbar. Unos hilos de vapor empiezan a surgir de aberturas imperceptibles a primera vista mientras todos trastabillan y retroceden, encañonando al artilugio.

-¡Lo sabía! -exclama Sánchez, con su MP5 frente a los ojos- ¡Es un arma química, vamos a morir!

-¡Es el ébola! -gime Tárrega- ¡Fijo que es el ébola, me cago en la puta!

-¡Mantened la posición, panda de cagones! -ruge Ferrer.

Sin embargo, todos retroceden, él incluido, mientras la parte superior del aparato se despliega, como si de una flor se tratase. Grandes piezas metálicas se desacoplan como pétalos.

Lo que es revelado deja a todo el grupo sin habla.

Menos a Casillas, que murmura:

-No me jodas...

Dentro del artilugio, un hombre abre los ojos. Es alto y delgado. Tiene melena color castaño oscuro, una tupida barba y viste una sencilla túnica de tela, atada con una cuerda.

Sin embargo, todo esto queda eclipsado por la corona de espinas que luce sobre su atormentada frente. La sangre que ha manado de sus heridas ya se ha secado. Pero sigue ahí.

El hombre les mira. Y ellos le miran a su vez.

-¿Jesús? -pregunta Casillas, rompiendo el estupefacto silencio.

-Hijos míos -dice el hombre, con una dicción perfecta que no puede, empero, disimular el acento americano-, venid a mí.

Thursday, August 10, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (2a parte)

Siete minutos más tarde, en el improvisado campamento que han montado en las ruinas de un antiguo edifico indeterminado, el sargento Ferrer se alza frente a los demás miembros de la unidad, completamente pertrechado para la batalla, con su uniforme blindado negro para incursiones nocturnas y su TH-100, rifle semiautomático pesado, enarbolado en la mano izquierda. Sus ojillos oscuros escrutan a los soldados mientras se van poniendo en fila, cargando las armas, abrochando las armaduras corporales.

-Vale, atención -dice, una vez que todos los hombres están formando, firmes, una única línea color gris cemento y negro muerte -. La situación es ésta: hace aproximadamente diez minutos, derribamos un transporte de tropas aéreo de la USAF sobre la ciudad.

-¿Qué es USAF, sargento? -pregunta uno de los soldados, levantando la mano derecha como quien quiere ir a mear en mitad de una clase.

-Las fuerzas aéreas yanquis, Tárrega.

-Ah, vale.

-Luego abrimos una ronda de preguntas, ¿vale? -se mofa el sargento, aunque sus ojos como perdigones no reflejan humor alguno. Aún así, todos ríen -. Bien. El transporte se estrelló después de recibir un impacto directo, por lo que que no esperamos que haya supervivientes. Sin embargo, creemos que dejó caer algo en las inmediaciones, así que vamos a organizar una batida para ver qué es. ¿Preguntas?

-¿Y si es una bomba? -pregunta Ostolozaga.

-De ser una bomba, ya habría estallado. Y si fuese radioactiva, ya estaríamos muertos. Estamos dentro del área de efecto desde hace un buen rato.

Todos se dan por satisfechos con esta explicación.

-Mientras hablamos -añade Ferrer- Durruti está triangulando la posición del objeto extraño en cuestión, y radiándoles un informe a los del mando. Nos dividiremos en dos grupos: uno vendrà conmigo a echarle un vistazo a la cosa ésa, y el otro irá con Durruti a controlar los restos del avión. ¿Está claro?

Todos gruñen un "sí, señor" al unísono.

-¡A moverse! -concluye el sargento.

Tras veinticinco minutos de paso ligero, el grupo de Ferrer llega al solar en el que otrora se alzaba la sede del BBVA. Las ruinas del edificio, que sucumbió a los bombardeos indiscriminados durante las primeras semanas de la guerra, han sido rematadas y pulverizadas por el impacto de casi dos toneladas de metal sintético lanzado desde más de un kilómetro de altura. Los cascotes se han desperdigado por toda la calle, formando un dibujo parecido al de un girasol en el suelo. La masa oscura del proyectil se alza, silenciosa, en medio del destrozo, su casco negro y pulido brillando a la luz de las estrellas. La mitad inferior está hundida casi un metro en el suelo.

LA SEGUNDA VENIDA (1a parte)


-¿Eso es lo que creo que es? -pregunta Ferrer, con los anteojos de visión nocturna sobre la cara -¡Hostias, ya lo creo! ¡Durruti, pásame el espínquer!

Durante los últimos meses de la guerra, el lanzamisiles SPKNR ha adoptado ese nuevo nombre.

-¿Qué es, sargento? -pregunta Durruti, abriendo la bolsa de lona y sacando el enorme aparato.

-¿Qué es? Ya te diré yo lo que es -Ferrer coge el lanzamisiles y abre una recámara del diámetro de un antebrazo humano- Es un transporte de tropas "Stealth" aéreo.

Coge un misil y lo encaja en la recámara. Dos chasquidos, un crujido, y el arma está lista para escupir muerte a gran escala.

-¿Americano? -pregunta Durruti.

-Como las hamburguesas -contesta el sargento, y se echa el lanzamisiles al hombro.

A aproximadamente mil doscientos metros de altura, el piloto al mando del AAPC Stealth pulsa el botón de la luz roja. En la bodega, enormes aparatos de metal sintético, similares a proyectiles, cobran vida con un zumbido. Un brazo robótico se desacopla del techo y coge el primero de ellos con un movimientos económicos y zumbantes. La gran pinza metálica envuelve a la perfección el armazón del proyectil. Lo levanta y lo sitúa cuidadosamente sobre la compuerta de la bodega. Ésta comienza a abrirse lentamente, dejando ver la ciudad en ruinas que el AAPC sobrevuela en esos momentos. Un indicador en el panel de control empieza a pitar, iluminando el visor opaco del piloto con una enfermiza luz verde. El primer paquete está listo para ser entregado. El piloto pulsa el botón que abre la pinza robótica justo en el momento en el que un misil SPKNR aparece silbando frente a la cabina. Sólo tiene tiempo de pensar que han vuelto a subestimar a esos mejicanos de mierda (o lo que sean), antes de que la cabina estalle en una lluvia de fuego y metal negro.

-¡Toma ya! -exclama Ferrer, ante el espectáculo de ver al pájaro negro, americano como las hamburguesas, caer envuelto en llamas- ¡Le he dado! ¡Jódete, cabrón yanqui!

Mientras el sargento sigue el descenso del AAPC con el dedo anular, Durruti aparece en su línea de visión, con el entrecejo fruncido.

-¿No ha soltado algo, sargento? -pregunta.

-¿Algo?

-Sí, yo diría que ha dejado caer algo antes de estallar. Pero igual era sólo un efecto óptico.

Ferrer deja caer el SPNKR sobre el suelo inundado de cascotes ennegrecidos.

-¿Has visto algo o no? -inquiere, clavando su parda mirada, de frondoso ceño, en el cabo Durruti.

-Pues, hombre... No sé, es de noche, está oscuro...

-¡Espabila, coño! -Ferrer le da una colleja en la nuca rapada- Si ha soltado algo, podríamos estar en peligro. ¿Y si es una bomba H?

-Eh...

-Durruti, cojones, ¿has visto caer algo del avión, sí o no?

Lejos, a más de seis kilómetros de distancia, el AAPC se estrella y su motor a fusión fría deja escapar una nube de fuego con forma de champiñón. El suelo retumba y el sonido llega un par de segundos màs tarde, justo cuando Durruti dice:

-Sí, seguro que sí.