Saturday, September 23, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (9a parte)

Fulton hace rechinar sus modificados dientes, frustrado. ¿Cómo ha podido ser tan idiota? Ha creído que el hispano al mando le lanzaba algo (algún otro tipo de granada) y ha dado un salto en su escondite, entre las sombras de un camión volcado e incinerado. Ha resultado que sólo era una calavera, ¡una puta calavera!, pero un montón de guijarros, poco más que un puñado, ha caído desde el tapacubos del camión al suelo y ha alertado a los soldados. Puede verlos, tensos, escudriñando los alrededores.

Mal, muy mal. El general le despellejaría vivo por una falta de autocontrol tan flagrante.

Levanta las dos Glocks, cada una a la altura de los sistemas de puntería digitales que han sido implantados en sus globos oculares. Los soldados aparecen coloreados en blanco contra un fondo de color verde, con la textura de fotocopia que da la visión nocturna.

Es cuestión de segundos que le descubran. Tiene que actuar ahora.

FIJANDO BLANCO, dice el microordenador de su cerebro. BLANCO ADQUIRIDO.

Para cuando Ferrer comprende que les están disparando, ya es demasiado tarde. Él consigue reaccionar a tiempo y echarse al suelo antes de que las balas le alcancen, pero Tárrega no tiene tanta suerte. Impedido por el peso de Sánchez, no puede evitar que la descarga le de de lleno en el pecho. La munición explosiva se lo revienta como un globo, liberando una húmeda nube roja.

Tárrega tarda un segundo en darse cuenta de que está muerto. Intenta soltar un taco, pero ya no tiene pulmones con los que reunir el aire necesario. Cae de rodillas, con una mirada incrédula, y luego cuan largo es, con la cara ensangrentada contra la grava y el polvo.

Ferrer rueda por el suelo y consigue apostarse tras los restos ennegrecidos de una cabina telefónica. Mierda, es la peor cobertura que podíaa ocurrírsele.

Echa un vistazo al campo abierto: Tárrega está en el suelo, mezclando su sangre con la escoria. Otra vez mierda.

Mira a Sánchez, y Sánchez, tendido de lado tras el cadáver de Tárrega, le devuelve la mirada. Permanece en silencio, a pesar de que respira aceleradamente y suda a chorros. El joven es más listo de lo que parecíaa: se está haciendo el muerto.

Ferrer le indica, con un dedo frente a los labios, que guarde silencio. El chico asiente.

Echa un vistazo a través del metal retorcido y el plexiglás fundido.

¿Dónde está el cabrón?

"Piensa, Ferrer, piensa. ¿De dónde venía la ráfaga? Del nivel del suelo. Sí, seguro que sí. Tiene que ser..."

Entonces se fija en el camión volcado que bloquea una calle. Es perfecto, la sombra de los edificios circundantes lo convierten en una masa negra sobre el pavimento. Cualquiera podría esconderse a su lado.

Apresuradamente, hurga en el bolsillo de su pantalón de campaña gris y negro.

-Te he pillado, hijo de puta -murmura, y saca las gafas de visión nocturna con las que cazó al avión de transporte.

A través del fulgor verde del aparato, lo ve. Está ahí, con el hombro apoyado contra los bajos del camión. Sostiene sus dos pistolas-ametralladoras frente a su barbuda y bíblica cara. Sus ojos refulgen en la oscuridad. ¿Es el efecto de la visión nocturna, o realmente le brillan?

Las dos pistolas se mueven lentamente de un lado a otro, buscando objetivos. Aún no le ha visto.

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