Friday, September 01, 2006

LA SEGUNDA VENIDA (5a parte )

Ferrer y Tárrega ni siquiera tienen tiempo de sentirse torpes y lentos. Sólo piensan, vagamente, en lo difícil que es seguir al personaje disfrazado de Jesucristo con los cañones de sus respectivas armas. Tárrega dispara, pero su TH sólo consigue levantar polvo y ceniza del suelo: el individuo ya se ha levantado y corre ahora hacia la protección de la derruida pared sur.

-¡Mátalo! -ruge Ferrer, y ambos disparan furiosamente sus armas, los nudillos blancos de apretar el gatillo y la empuñadura, dientes rechinando, ojos entrecerrados. Una tormenta de plomo barre el solar, abriendo dos docenas de boquetes en la pared sur.

"Jesucristo" ha desaparecido.

-¿Dónde està? -murmura Tàrrega, con el tintineo de los casquillos todavía resonando en el suelo.

-No lo sé, detrás de la pared -responde Ferrer, sin dejar de apuntar a la agujereada ruina con su rifle-. ¿Le has dado?

-Me parece que no.

Los gemidos de Sánchez obligan al sargento a apartar la mirada de la pared. El joven soldado está tirado en el suelo, con las piernas torcidas en un ángulo muy raro.

-Hostia -gimotea, con la cara cubierta de polvo, lágrimas y mocos-, hostia, mis piernas.

-¿Cómo estás, Sánchez? -pregunta el sargento.

-No lo sé, sargento -farfulla el otro-. No las noto. ¿Eso es malo?

-Tranquilo -le dice Ferrer, y luego le susurra a Tárrega-. Está jodido si no le llevamos a la base.

-¿Y qué hacemos? -susurra a su vez Tàrrega- Ese hijoputa sigue ahí detrás. En cuanto le demos la espalda a la pared...

-Granada y a tomar por culo.

-No me quedan -Tárrega traga saliva-. Gasté la última la semana pasada. La colé dentro de aquella tanqueta...

-Sargento -Ferrer se vuelve en cuanto oye la voz agonizante de Sánchez, justo a tiempo de coger con la mano libre la granada que éste le lanza desde el suelo.

-Cárguese al cabronazo ése -le dice.

El teniente Fulton, de las Fuerzas Especiales, se pregunta dónde está el resto de su unidad. Deberían estar formando en el punto de encuentro acordado, a la espera de recibir instrucciones. Sin embargo, cuando se abrió su cápsula sólo vio a cuatro mejicanos, o cubanos, o lo que fueran, observándole perplejo con sus caritas de mono. Claro que, sin la perplejidad de sus enemigos, ya estaría muerto.

Deja caer los dos cargadores medio vacíos de sus Glocks y encaja dos nuevos.

La misión se ha jodido, eso es evidente. ¿Qué queda hacer ahora? ¿Buscar a sus camaradas? Puede que sigan vivos, en alguna parte. Puede que le estén buscando.

Bueno, está sólo tras las líneas enemigas, así que hay algo que debe hacer con total seguridad: abrirse camino hacia la libertad, llevàndose por delante a todos los espaldas mojadas que pueda.

Está pensando una buena estrategia, algo que hubiese hecho Arnie Schwarzenegger en sus buenos tiempos, cuando algo corta el polvoriento aire nocturno sobre su cabeza y cae frente a él, repiqueteando en el suelo.

Casi es demasiado tarde antes de que se de cuenta de que es una granada.

-¡Al suelo! -grita Ferrer, justo después de arrojar la granada por encima del muro. La explosión, ensordecedora, hace llover cascotes por todo el solar, llenado la nariz de los presentes con el olor del fuego y el polvo removido. Una columna de humo gris se eleva desde detràs de la pared acribillada, pero ninguno de los soldados la ve porque todos tienen la cara apretada contra la gravilla del suelo.

-¡A por él! -ordena el sargento, levantando la cara cenicienta. Él y Tárrega se ponen en pie de un salto y corren hacia la pared. La rodean, cada uno por un flanco, pero detrás de ella sólo hay destrozo, cascotes hechos a partir de cascotes, arena humeante y cristalizada. Ni rastro del sosias de Jesucristo.

-¿Cree que se ha desintegrado? -pregunta Tárrega, jadeante, bajando su rifle.

-No creo que eso le pueda pasar a un cuerpo humano -replica Ferrer. Su TH sigue en alto, el dedo tenso en el gatillo.

-A lo mejor está escondido en alguna parte. Podemos ir a...

-A tomar por culo él -tercia el sargento-. Me basta con saber que no está aquí. Venga, volvemos a la base, tenemos un herido grave.

Ferrer y Tárrega regresan al lugar donde yace Sánchez, que ahora respira aceleradamente y tiene la frente empapada de sudor. A la luz de la luna, parece como si su cara fuese una imagen recortada y moldeada del espacio exterior, todo oscuridad acribillada de puntitos de luz.

-Carga tú con él -ordena el sargento a Tárrega-. Yo os cubro.

-¿Qué hacemos con Casillas? -pregunta el soldado raso.

-¿Cómo que qué hacemos? Está muerto, ¿no?

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