Friday, November 30, 2007

SÁBADO POR LA NOCHE CON DECLAN URRALBURU

El tipo levanta la cabeza de la barra y me mira. Sus ojos son como dos perdigones a punto de hundirse en un charco de alcohol.

-¿Quién has dicho que eres, tío?


No respondo. En lugar de eso, aparto tranquilamente el taburete que tengo delante y me apoyo en la barra. El camarero me mira con una tensión tan evidente en su cara que parece que se va a romper la mandíbula de tanto apretarla. Yo le sonrío, y el me devuelva la sonrisa. Está acojonado (tiene bastante experiencia en estas lides como para saber quién soy y qué va a pasar), pero no es idiota, y sabe que es mejor colaborar.

-Una Tsing-Tao, por favor -le digo.


El camarero tarda una décima de segundo en superar su parálisis. Se pasa una mano por la calva tatuada, se agacha y saca un botellín.


-Tres con cincuenta -me dice, poniéndomelo delante.


-¿Ha subido? -Lo único que no sube son los sueldos -responde él.

Pago. Coge el dinero y desaparece en la trastienda, muy oportunamente.


-A ver, gilipollas, que te he preguntado quién eres -insiste el borracho.

Se levanta. Va bastante bien vestido, aunque se nota que eso no es lo suyo. La camisa italiana se le sale de los pantalones, y tiene la chaqueta cubierta de lamparones de alcohol. Se enfrenta a mí después de sortear el taburete de forma poco elegante. Le miro. Él apoya su frente en la mía.

-¿Quieres hostias, payaso? -dice, y la vaharada de alcohol que sale de su boca me irrita los ojos casi tanto como si me hubiesen acercado la llama de un mechero a la pupila.



Sin mediar palabra, desenfundo la Leviatron Arms calibre 454 que llevo en la sobaquera y le disparo en el muslo izquierdo.

Sobresaltado por el disparo (no por el dolor, el impacto ha sido demasiado inesperado, y la borrachera demasiado profunda, como para que le duela), el borracho se tambalea hacia atrás. Con ojos como faros halógenos, se mira el agujero de bala que tiene en la pierna.


-Hostia -dice. La pierna herida le falla (su cuádriceps, imagino, debe tener la misma consistencia que el semen de mono ahora mismo) y cae sentado en el entablado del suelo.

-Uh -carraspea-, me has volado la pierna.

-Cierto.

-Pero, pero… -su boca se abre y se cierra, mientras su mente intenta encontrar las palabras-, era mi pierna. La estaba usando.

-Me llamo Declan Urralburu -le digo. Me pongo de cuclillas frente a él, con el cañón humeante apoyado en una rodilla-. Tú eres Gunderson Klindenberg.

Me mira con expresión de horror.


-No -dice, después de recomponerse-, no, te estás equivocando, tío.


-Eres Gunderson Klindenberg -añado-, el tío que hace cinco años asaltó un convoy mercante con dirección a Adrasthea y mató a tres guardias.

-No, no soy él. Soy otro tío.

-Seguro que sí. También eres el tío que secuestró al nieto del embajador venusiano, pidiendo luego toda la luna de Titán como rescate.


-¿Qué? No, tío, ah… -Gunderson traga saliva, parece que esté lubricándose la garganta para poder soltar una trola especialmente grande-, te estás equivocando, joder, de verdad.

-Eres el tío que pagaba a adolescentes mutantes para salir en sus holovídeos porno. Supongo que hay peña a la que le da morbo ver cómo follas si tienes dos cipotes como tentáculos de Arquiteutis.

-¿Qué es un Arquiteutis? -Un calamar gigante. Pero no nos desviemos, Gunderson. Son esos vídeos lo que me ha traído aquí.

-¡Tío, espera! -Klindenberg repta hacia atrás- Espera, todos los chavales que salían en los vídeos eran mayores de edad, tengo pruebas.

-Me la suda, Gunderson, no trabajo para la ley.

-¿No?
-No, soy cazarrecompensas. Los de Hacienda te han marcado porque no declaras.

Klindenberg abre otra vez la boca, y menea la cabeza de un lado a otro sin dejar de mirarme.

-Pero… si soy un puto perro rabioso buscado en todo el sistema -dice-, he matado hombres y mujeres, y he pervertido a niños de doce años, ¿y voy a morir porque no declaro a Hacienda?


-¿No decías que eran todos mayores de edad?

-¡Esa no es la cuestión, joder! ¡No puedo morir por ser un moroso!


-¿Qué no? -levanto la Leviatron y le apunto a la frente. Una cruz roja brillante aparece entre sus ojos.

-¡No, no, espera!

Bajo la pistola, bufando.


-¿Qué?

-Déjame hacer algo bestia antes de morir -dice-. Quiero que se me recuerde por ser un criminal de cojones, no un pobre borracho moroso.


-Sí, hombre, si quieres te doy un bazooka y te dejo que me apuntes con él.


-Tío, te juro que después dejaré que me mates. Lo juro.




Podéis llamarme romántico, pero mirando a los ojazos acuosos y bizqueantes de Klindenberg me viene a la mente otro tiempo. Un tiempo en el que yo era un joven idealista, que pretendía diferenciarse del resto de la escoria con un ingenuo pero noble código de honor. Un mercenario y un asesino no es lo mismo, solía decir.

-Venga, pero rapidito -le digo.

Una sonrisa aflora en la cara picada por la viruela (o algo peor) de Klindenberg. Su incisivo derecho es de oro, y luce una cruz celta tallada.
Se levanta renqueante, apoyándose en las dos manos.

-¡Camarero! -grita- ¡camarero, ven aquí!

La calva tatuada emerge de entre las telas raídas que cubren la entrada a la trastienda.

-¿Ha terminado ya? -pregunta el hombre, precavidamente.

Klindenberg le sonríe y le hace una señal con el dedo para que se acerque.


-¿Qué? -pregunta el camarero, justo antes de que Klindenberg coja la botella de Tsing-Tao y se la rompa en la sien.
El tipo se tambalea hacia atrás, profiriendo lamentos inarticulados. Se coge la cabeza con ambas manos, y la sangre mana por entre sus dedos.

-Aguagaaa -dice-, guauuaaa…


Sin perder la sonrisa, Klindenberg pone su pierna buena encima de la barra, se apoya en ella y agarra al aturdido camarero por la camiseta de “DEMASIADO BORRACHO PARA TRABAJAR” que lleva. Le clava el casco roto de la Tsing-Tao en la cara, provocando un nuevo torrente de sangre y gritos.


-Eeeeieeeeeeeieee -dice ahora el camarero.

-Raaaaaaaa -dice Klindenberg.

-Uau -digo yo.


El camarero forcejea con el antiguo criminal, forajido y pornógrafo de mutantes, y los dos caen tras la barra. El primero en levantarse es Klindenberg. Sin dejar de proferir el alarido ronco, levanta la botella rota (ahora, según puedo ver, tiene sangre y pedazos de carne pegados) y la clava una y otra vez en el cuerpo del camarero (el cual, afortunadamente, permanece tirado en el suelo y fuera de mi campo visual). Finalmente, el camarero deja de gritar. Me alegro, porque uno será duro, pero no insensible. Estas cosas llegan a incomodar.

Klindenberg se incorpora, con la cara cubierta de sudor y sangre. Me mira, y vuelve a sonreír.


-¿A que soy un bestia de puta madre? -pregunta, con la candidez de un crío.

-Sí, bastante -respondo-. ¿Podemos acabar ya?


-Lo último, ya -me dice, y, doblándose sobre la barra, coge un taburete y lo lanza contra la cristalera llena de botellas de alcohol. Una marea de licor y cristales rotos llena el bar. Hurga en el bolsillo de su chaqueta y extrae un zippo (un aparato tan clásico como práctico, si queréis mi opinión) y prende fuego a la marisma de alcohol. Retrocedo prudentemente, mientras las lenguas de fuego se alzan y el calor me sacude en plena cara.


Klindenberg empieza a reír como un demente.


-¡Soy un puto animal! -cloquea, y se vuelve hacia mí, señalándome con un dedo de uña negra- ¡Un puto animal! ¡Díselo a todo el mundo, pistolero!

-Ya lo creo, Gunderson.


Justo en el momento en que la manga derecha de su chaqueta empieza a arder, levanto la pistola, fijo la mira láser con forma de cruz en su sien izquierda y disparo. La mitad superior de su cabeza se convierte en una nube roja. El cuerpo muerto y llameante de Gunderson Klindenberg cae tras la barra y arde con el resto del mobiliario. Doy media vuelta y ando hacia la puerta.

Salgo al exterior, al desolado paisaje de Deimos, y justo cuando estoy en el aparcamiento, a punto de sacar las llaves de la nave y ponerla en marcha, el bar ( llamado oficialmente El Último Escalón, y extraoficialmente El Tugurio de Obdulio Fenring) estalla en una gigantesca bola de fuego. Primero me golpea la bolsa de aire caliente, y luego el sonido. Mis tímpanos se estremecen como si fuesen seres vivos. Me giro, admito que sobresaltado, y veo cómo el tejado de pintoresca y anticuada madera sale volando en dirección a Marte. Los cristales de las ventanas vuelan pulverizados, expulsados de sus marcos por vaharadas de fuego casi líquido.
Me apoyo bajo el alerón trasero de mi nave (una Erinya modelo Raptor de alquiler, poco potente y vistosa, pero muy económica), a salvo de la lluvia de cascotes. Saco mi paquete de John Player Special, y me enciendo uno mientras mi lado zen disfruta del espectáculo rugiente de las llamas que devoran los restos del Tugurio de Obdulio. Mañana por la mañana iré al Ministerio y cobraré la tarifa por liquidar a Gunderson.

-Menuda la que has liado, Gunderson -digo en voz alta, sonriendo, y doy una buena calada.


Lo que más me jode de todo esto es tener que haber pagado la cerveza.






6 comments:

IKER MERODIO said...

Bueno, aquí estoy, pero cambia el modo de "comentar", por favor.
Ya sabes que me gustan tus historias pero, sobre todo, tus dibujos.
Ánimo con el blog, pero no descuides el papel (romántico que es uno).
Un abrazo.

Ibai Canales said...

Modo cambiado ;)

Sayuri said...

Ey... está genial O.o

Qué envidia. Tanto por la historia como por los dibujos, son ambos de sobresaliente ^^

Ibai Canales said...

Al final me lo voy a acabar creyendo, ¿eh?

Baby said...

Simplemente genial... la frase "Me alegro, porque uno será duro, pero no insensible. Estas cosas llegan a incomodar"... que decir... brillante!!

Ibai Canales said...

Jo, así da gusto escribir. Me dais ganas hasta de publicar más historias más a menudo.